Un juego de niños

10.12.2019

Condición: Escribir un relato realista.


-Mi nombre es Pedro, y soy adicto al juego.

Así fue como comenzó la primera sesión de Pedro en la APAL, la Asociación para la Prevención y Ayuda al Ludópata. No había pasado ni un año desde que aquella casa de apuestas había abierto en la Calle Bailén, cerca de la cafetería donde todos los recreos iba con sus compañeros de clase a tomar un refresco y jugar al futbolín. Era un local muy llamativo, con grandes pantallas que retransmitían partidos de fútbol de la liga inglesa, música de moda y unas chicas muy atentas en la puerta repartiendo vales de cinco euros para la primera apuesta en el local. Juan, un chaval de la pandilla que siempre tuvo mucha iniciativa, logró convencer a Pedro y a los demás para ir un recreo a probar. Cuando intentaron apostar para el Real Madrid-Valencia del sábado, la encargada les avisó de que solo los mayores de edad podían jugar. «Yo soy mayor de edad», había comentado Josema, el repetidor de la pandilla. «Mientras la apuesta la pague vuestro amigo no hay problema, pero yo no os he dicho nada», les había comentado la encargada, guiñándoles un ojo. La pandilla se rio, pues era lo mismo que hacían en el súper para comprar alcohol. Apostaron por el Madrid y tomaron un refresco mientras veían jugar al Arsenal. El sábado quedaron en el bar de siempre para ver el partido, y cuando el árbitro pitó el final, dando la victoria al Madrid, Pedro sintió una satisfacción extra al pensar en los pocos euros que había ganado. Decidieron apostar otra vez para la siguiente jornada.

El tiempo fue pasando, y la pandilla también comenzó a pasar más tiempo en el local de apuestas, pues las bebidas eran más baratas que en la cafetería y siempre estaban echando fútbol. La encargada pronto los consideró clientes habituales y, siempre con una sonrisa, empezó a invitarles a los refrescos y a permitirles pagar a todos sin que Josema tuviese que hacer el «trámite». Pedro no estaba muy seguro de querer seguir jugando, pues el Madrid estaba teniendo una mala racha y ya había perdido veinte euros apostando. Finalmente, él y varios de sus amigos decidieron volver a la cafetería de siempre, pues echaban de menos la partidilla al futbolín. Sin embargo, Pedro no podía dejar de pensar en las apuestas. En las páginas deportivas que visitaba aparecía anunciada esa casa de apuestas. Encontraba menciones a ratios de apuestas en las noticias deportivas, y muchas veces comentaban estadísticas. A Pedro le gustaba mucho el fútbol, así que empezó a buscar información y descubrió un partido de la liga turca con un buen ratio que creía que podía ganar. El viernes, en el recreo, la pandilla entera fue a apostar por el Madrid-Barça del sábado, y Pedro aprovechó para apostar diez euros a aquel partido. Ganó doscientos cincuenta euros. Esa fue su perdición.

Pedro empezó a frecuentar de nuevo el local en los recreos. Buscaba información en casa y apostaba en ligas de fútbol extranjeras. Además, apostaba por carreras de caballos para saber el resultado en el propio recreo. Ganaba mucho, pero perdía más. Cada vez jugaba importes mayores, y pronto empezó a deberle dinero a sus amigos. Ellos no le permitían ir al local, argumentando que se estaba enganchando, pero Pedro iba por las tardes en secreto para intentar recuperar el dinero. Sus notas se resintieron y la relación con sus padres empeoró. Cuando le castigaban sin salir por la tarde, Pedro apostaba en la página web con el saldo que había cargado. Un día, su madre lo sorprendió robándole dinero de su cartera, y Pedro acabó derrumbándose y confesó.

-Te entendemos y te ayudaremos, Pedro -dijo el psicólogo de la APAL.

Pedro se fijó en el resto de personas sentadas en círculo a su alrededor. La mayor parte le doblaban la edad. Eran gente adicta a las tragaperras y al bingo. Pedro se sentía extraño en ese grupo, pero para cuando terminó su terapia dos años después, la media de edad de ese círculo era de veinte años. Y en su mayoría por adicción a apuestas deportivas.

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