Nunca Podrás Cambiar

26.11.2017

Condición: La protagonista del relato debe ser una chica


Nolum era uno de los múltiples pueblos que emergían de las orillas del Camino Imperial. Aquella tarde de cosecha mantenía ocupada a casi todos sus habitantes. El bullicio del gentío se mezclaba con el chapoteo del suelo embarrado por las últimas lluvias y el hedor de los excrementos dando una sensación de humanidad, que contrastaba fuertemente con los bellos paisajes que rodeaban la población. Aunque el ambiente resultaba monótono y ordinario, un buen observador se percataría de los ceños fruncidos de los campesinos y las miradas nostálgicas de los ancianos. Las plagas de langostas y los abusivos impuestos del Emperador habían diezmado los beneficios de la cosecha. Aunque nadie hablaba del tema, todos sabían que alguno de sus vecinos no pasaría del siguiente invierno.

Un observador más avezado, sin embargo, probablemente repararía en la extraña conducta de la hija del herrero. Todos los ciclos se sentaba en un tocón a la entrada de Nolum y mantenía la vista fija en el horizonte, hacia el Camino Imperial. Lloviese a cántaros o abrasase el sol, mantenía impertérrita su peculiar vigilia.

Hacía bastantes ciclos, los rumores de un misterioso justiciero habían llegado a sus oídos. Lo que comenzaron como historias de taberna de dudosa credibilidad pronto se convirtieron en verídicos relatos. Nadie conocía su nombre, pero hasta los menos chismosos conocían su leyenda. Armado con una espada legendaria y un escudo de oro macizo, había jurado derrotar al Emperador y poner fin a sus injusticias. Y de momento parecía que lo estaba consiguiendo.

Joven y deseosa de aventuras, el advenimiento del visitante se revelaba como una válvula de escape para la banal vida campesina que aquella muchacha estaba destinada a tener. Lo que en un primer momento se mostró como un sueño lejano, prontamente se convirtió en un amor obsesivo. Estaba resuelta a pedirle al misterioso héroe que la dejase acompañarlo en su particular cruzada. Esperaba cada ciclo su llegada, pero aquella tarde de cosecha todo era distinto.

La noche anterior los habían reunido a todos y les habían informado que el enigmático justiciero se dirigía hacia la capital por el Camino Imperial. Pasaría por Nolum al crepúsculo del siguiente ciclo y todos sabían que hacer. Ella se había memorizado palabra por palabra lo que tenía que decir cuando se lo encontrase. En su fuero interno sólo deseaba revelar sus sentimientos e ir a vivir con él mil aventuras, pero el deber prevalecía y las normas estaban claras. Sin embargo, tras cumplir su cometido, ella había pensado confesarle que lo acompañaría hasta el fin del mundo; que moriría por él si fuese necesario.

Finalmente, mientras el sol se ponía en el horizonte, el héroe apareció. Caminaba serenamente con el escudo dorado y la espada legendaria colgando de su espalda. Su rostro, impasible, mostraba seguridad, esperanza.

El héroe habló con varios aldeanos: preguntó, escuchó, comerció... Cuando al fin se dirigió hacia ella, su corazón latía con la fuerza de mil caballos. «¡La frase, recuerda tu frase!», se repetía a sí misma mientras sus pensamientos recorrían las mil maneras en las que se había planteado confesarle su amor.

El héroe estaba a tan sólo un metro de ella. Sus ojos la observaban, vacíos, sin emoción. No sabía qué podría haber tras ellos, pero esperaba que sus palabras rompiesen aquella barrera y penetrasen en su corazón.

«¡Di tu frase!».

Ella abrió la boca, le temblaban los labios. Las palabras, de tanto practicarlas, salieron de su boca automáticamente, sin emoción.

—¿Sabías que si pulsas SELECT durante la pantalla de combate puedes alternar entre las distintas tácticas de batalla?

Luego cerró los ojos para coger fuerzas. Debía decírselo, ahora o nunca.

—Yo... Yo...

Ella abrió los ojos, pero él ya se había ido. Lo escuchaba a sus espaldas hablando con otro aldeano pero no debía girarse. Iba contra las normas. Si el jugador la descubría la reprogramarían o incluso la eliminarían del juego.

Sólo podía esperar allí sentada en aquel tocón, mirando hacia la entrada del pueblo, aguantando las lágrimas hasta que el jugador apagase la consola, terminase el ciclo y pudiese desahogarse empapando su almohada hasta la llegada de la Noche Eterna.

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