Infidelidad

10.12.2019

Condición: Hay que escribir dos historias cortas, independientes entre sí, pero con un punto clave en común que sirva de nexo. Ese elemento en común tiene que ser importante en ambas historias y no pueden repetirse personajes protagonistas. Por supuesto, ambas historias juntas no pueden rebasar el límite de palabras del torneo.


Aquella era una noche como otra cualquiera. Carlos volvía a casa tras un duro día en la oficina. No trabajando, pues por algo era el jefe. En la penumbra del salón le esperaba su mujer, con cara de pocos amigos. Había montado una escenita peliculera, moviendo el butacón al medio de la habitación e iluminándolo con la lámpara de pie.

-¿Qué mosca te ha picado hoy, Rosa? -preguntó Carlos, desdeñoso, mientras tiraba inconscientemente su abrigo hacia donde debería estar el butacón.

-Eres un cabrón, Carlos -le espetó Rosa-. Me has estado engañando con Nerea, la del trabajo, ¿verdad?

-Pero qué dices, pichoncito -contestó Carlos, poniendo voz inocente-. Nunca haría eso.

-Hoy me han dicho que os vieron besándoos en la alameda.

-¿Acaso confías más en lo que dice la gente que en mi palabra?

-Y también me mandaron una foto por WhatsApp.

La tensión se podía cortar con un cuchillo.

-¿Para qué preguntas entonces, si ya sabes la respuesta?

-Eres un gilipollas, Carlos. Vete a la mierda.

-Si te hubieses mostrado más receptiva en la cama, no me habría zumbado a Nerea. -Carlos se estaba empezando a cabrear-. Siempre con dolor de cabeza, ¡manda cojones!

-¿Ahora es culpa mía? ¡Lo que pasa es que lo nuestro te importa una mierda! Te pasas el día en la oficina y los findes con tus amigos. ¿Cuándo fue la última vez que le diste de comer a nuestro bebé?

-¿Puedes dejar de llamarlo bebé? Es un puto pez.

-¡Pues haberme dado un hijo de verdad! -Rosa cogió la pecera donde nadaba felizmente Bebé y se la tiró a sus pies.

-¡Pero mira cómo lo has puesto todo! ¿Qué leches te pasa hoy? ¿Estás con la regla?

Bebé chapoteaba ansiosamente. Rosa rompió a llorar. Eran lágrimas de rabia.

-Desde que nos casamos, te has ido convirtiendo en un capullo. De novios éramos felices. -Rosa se dirigió hacia la estantería del fondo, repleta de recuerdos. Había muchas fotografías de ambos, y algunas del pez-. He aguantado muchos años mirando estas fotos, recordando. ¡Pero ya no más!

Rosa comenzó a tirar todo por el suelo. Los cristales de los marcos se hicieron añicos. Varios souvenirs rodaron por la alfombra. Bebé convulsionaba.

-¿Cuándo acabes de tirar la basura me puedes hacer la cena?

Carlos se arrepintió al momento de decir aquello. Rosa se volvió con una mirada asesina y le lanzó una bola de nieve de cristal, recuerdo de su viaje a París. Carlos la esquivó de milagro. El proyectil salió por la ventana, atravesando el vidrio.

-¡Casi me matas! Eres una puta lunática. ¿Sabes qué? Me largo a pasar la noche con Nerea. Pero pienso volver, ¿te enteras? Este piso también es mío.

Carlos salió dando un portazo. Rosa recogió al moribundo Bebé y lo puso en agua. Luego cogió su móvil y mandó un audio con una suave voz sugerente: «Ven a mi casa, estoy sola. Tengo ganas de verte».

Luis caminaba apresurado, vestido con sus mejores galas y apestando a colonia. Aquel audio había logrado lo que su madre había intentado durante meses, sacarle de casa. Desde que había cortado con Sara, su novia del instituto, no se había comido una rosca. La ruptura había sido muy dura para él, sobre todo porque tras ella Sara se había liado con tres tíos en esa misma semana. Tras diez años fuera del mercado, Luis había perdido la poca práctica que tenía a la hora de ligar. Deprimido como estaba, había acabado recurriendo a Tinder, y por primera vez parecía haberle funcionado. Ambos habían conectado muy rápido, y aunque ella le había dejado claro desde el primer momento que estaba casada, eso no había sido impedimento para Luis. Estaba decidido a demostrarle a Sara y a sí mismo que también había pasado página. Tras una semana de chateo por Tinder, ella al fin había dado el paso y lo había invitado a su piso.

Luis se paró delante de un macetero anti-atentado y cogió un par de flores blancas, que ató con un cordel junto con una nota. Era lo máximo que había logrado hacer en tan poco tiempo, y ni siquiera estaba seguro de que llevar flores a una cita de Tinder fuese buena idea. Tenía la cabeza llena de ilusiones y preocupaciones. ¿Lograría estar a su altura? ¿Y sí se enteraba su marido? ¿Y si volvía mientras estaban en la cama? De pronto, todas sus preocupaciones desaparecieron de su mente. También su consciencia. La bola de nieve le dio de lleno en la cabeza. Luis cayó de espaldas y golpeó con su nunca el adoquinado, perdiendo el conocimiento. Un hilo de sangre se deslizó desde su cráneo y tiñó las flores de rojo oscuro. Luego empapó la nota, emborronando las palabras que rezaban: «Para María, de Luisín».

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