Fuegos de artificio

02.04.2019

Condición: El relato debe estar protagonizado por uno o varios personajes de El señor de los anillos


Un carro solitario cruzaba pausadamente el puente sobre el río Brandivino. Su conductor vestía una larga túnica gris y un sombrero puntiagudo, que le protegía del sol estival. Tenía la mirada perdida en las praderas de la Comarca, un océano de hierba y margaritas que se extendía más allá del camino empedrado. Pequeños arbustos emergían como islas vegetales y, tras uno de ellos, una pareja de hobbits observaba agazapada al viajero. De raza menuda, era tan natural para los hobbits esconderse como tomar un segundo desayuno o fumar hierba en largas pipas de brezo observando el atardecer. Aunque parecían interesados en el carro, aquellos hobbits no eran salteadores, sino hijos de dos nobles familias. Se llamaban Meriadoc Brandigamo y Peregrin Tuk.

-¡Lo sabía, Merry, es Gandalf! -exclamó Peregrin, cuando el viajero giró la cabeza hacia ellos y su rostro arrugado y de larga barba quedó visible.

-¡Shh! -chistó Meriadoc, tapándole instintivamente la boca a su amigo-. Baja la voz, Pippin, o nos oirá.

-Debe de venir a visitar a Bilbo. Oye, ¿crees que llevará fuegos artificiales en el carro? -Los ojos de Pippin se clavaron en la carga que transportaba, cubierta con una lona parduzca.

-Siempre los trae. Seguro que está lleno de saltachispas de colores, zumbadores, giracohetes y con suerte algún dragón de humo -sopesó Merry. Aun siendo mayor que Pippin, los fuegos artificiales le apasionaban tanto como a su amigo.

El carro continuó su camino y desapareció tras una colina. Pippin se tumbó en la hierba y su mirada se perdió entre las nubes algodonosas. Merry encendió su pipa.

-¿Te imaginas tener nuestro propio dragón de humo? -comentó Merry, mirando las volutas de humo espeso que salían de la pipa-. Seguro que el cascarrabias de Tom Dospiés saldría corriendo en cuanto lo viese.

En la imaginación de Pippin, una de las nubes se convertía en un fiero dragón y descendía echando chispas por los ojos.

-¡Hagámoslo! -exclamó de pronto, levantándose de un salto-. Cojamos uno mientras charla con Bilbo. Seguro que no se da cuenta.

-Gandalf siempre se da cuenta -comentó Merry, receloso-, por algo es un mago.

-Y nosotros somos hobbits. Venga, Merry. ¡Vamos!

Merry apagó los rescoldos de su pipa con sus peludos pies y salió tras Pippin, que ya trotaba por el camino hacia Hobbiton.

El carro de Gandalf estaba aparcado delante de una casa excavada en la ladera de una colina. Dentro se oían risas conocidas. El caballo de tiro pacía tranquilamente, ajeno a unos hobbits que, silenciosamente, rebuscaban en la carga. El carro estaba lleno de extraños artefactos inscritos con runas, libros de cubierta gastada y varias bolsas repletas de comida élfica. Pippin golpeó insistentemente el hombro de Merry y señaló una pequeña figura de ébano, pulcramente tallada en la forma de un dragón. La cogió y se alejó sigilosamente del carro, sin dejar de mirar hacia la puerta de la casa de Bilbo. Merry cubrió la carga con la tela y fue tras él.

-¿Seguro que eso es un dragón de humo? -preguntó Merry, cuando llegaron a una distancia prudencial.

-Tiene forma de dragón, ¿qué va a ser si no? Vamos a probarlo, venga. Seguro que el viejo Tom está pescando en Delagua.

Efectivamente, en el medio de la laguna, a las afueras de Hobbiton, estaba la canoa de Tom. Merry encendió una cerilla y se quedó mirando unos segundos la figura de madera. Luego intentó prenderle la cola, apuntando la cabeza hacia el bote. La figura cobró vida de repente, se giró y le mordió el dedo. Merry gritó y la soltó. El pequeño dragón revoloteó a su alrededor y exhaló una pequeña llama que prendió su camisa. Pippin intentó golpearlo con la mano, pero la figura lo esquivó y le dio un mordisco en el trasero. Merry se arrojó a la laguna para apagar las llamas, echando a perder sus cerillas y su preciada reserva de hierba del Valle Largo. Echaron a correr hacia la casa de Bilbo, perseguidos por el dragón que continuaba mordiéndoles y prendiéndoles la ropa.

-¿Dragón de humo? ¡Malditas sean tus ideas, Pippin! -jadeó Merry, tratando de apagar sus pantalones a palmadas.

Vieron a Gandalf salir de la casa y acercarse a grandes zancadas, armado con su vara. Golpeó el pequeño dragón con un certero golpe ascendente y luego murmuró unas palabras. La figura estalló en el cielo, dejando tras de sí un enorme dragón de humo que agitó sus alas y planeó rasante sobre sus cabezas. Merry y Pippin lo miraron boquiabiertos y comenzaron a reír a carcajadas.

-¡Te lo dije! -exclamó Pippin, alzando los brazos al cielo-. ¡Dragón de humo!

Gandalf les tiró de las orejas para reprenderles, pero en su rostro se dibujaba una sonrisa amable.

-Meriadoc y Peregrin, debí imaginarlo. ¡Si buscáis el humo debéis estar preparados para el fuego!

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