El tesoro del parque de América

08.09.2023

Condición: el relato debe estar basado en una leyenda urbana


Todavía no había amanecido cuando Jorge saltó de la cama nada más despertarse. Corrió por el pasillo a toda velocidad, provocando tal escándalo que acabó por levantar al resto de la familia. Cuando sus padres y su hermana pequeña llegaron al salón, lo vieron tirando debajo del desvencijado árbol de Navidad, buscando frenéticamente entre los paquetes.

—Papá, mamá… ¡aquí esta! ¡Jorge y Elena! —gritó de júbilo mientras sostenía en alto un paquete cuadrado envuelto en un papel muy colorido, que poca resistencia opuso frente a las rápidas manos de Jorge.

—¡Sí, son los walkie-talkies! ¡Mira, Elenita, corre!

Elena, que ya tenía diez años, odiaba que su hermano, dos años mayor, le siguiese llamando Elenita. Pero la emoción de Jorge era demasiado contagiosa. Agitaba frenéticamente una caja que ponía en letras llamativas: «Kit para exploradores». Además de los intercomunicadores, contenía linternas, cantimploras, sombreros y demás material necesario para una aventura de dos exploradores aficionados.

—¡Qué guay! Con esto podemos buscar el tesoro de los hermanos Vázquez-Navarro.

—Estaba justo pensando eso, hermanita. ¡Esta tarde vamos!

Jorge y Elena estaban entusiasmados porque por fin tenían todo lo necesario para buscar el legendario tesoro que se escondía en el Parque de América. El mes pasado, la profesora de conocimiento del medio había llevado a la clase de Jorge de excursión al parque enciclopédico que los hermanos Vázquez-Navarro habían construido con el dinero que habían ganado en las Américas. El parque recreaba una multitud de lugares y épocas del mundo con un propósito didáctico, desde las grandes maravillas de las Antigüedad, pasando por los dinosaurios del Triásico hasta las profundidades abisales, permitiendo que todos los habitantes de aquel pequeño pueblo de campesinos pudiesen aprender los misterios de la Tierra. La profesora les había contado que los hermanos Vázquez-Navarro se habían hecho muy ricos, y que la leyenda decía que antes de morir habían escondido toda su fortuna en lo más profundo del parque. Jorge se lo había contado a su hermana en cuanto había llegado a casa, y ambos habían decidido pedir un kit de explorador por Reyes para encontrar el tesoro.

Esa misma tarde, los hermanos se dirigieron al parque pertrechados con sus herramientas de explorador. Lo primero que veían los visitantes al traspasar las puertas doradas era una enorme estatua de bronce que representaba a los dos hermanos Vázquez-Navarro señalando al horizonte.

—Mira, Elenita, estoy seguro de que esta estatua señala dónde guardaron el tesoro.

—No me llames así. No me gusta. Llámame Elena Jones.

—Perdona, Elena Jones. ¡Busquemos el tesoro!

Elena se rio y se recolocó su sombrero de explorador de pega. Los dos niños siguieron la dirección que señalaba la estatua de los fundadores del parque. Pasaron por el desierto de arena de playa flanqueado por las mini-pirámides de Egipto, cruzaron el Golden Gate en miniatura y recorrieron un bosque repleto de dinosaurios de cartón-piedra.

—¡Qué chulada! ¡Es como dar la vuelta al mundo! —exclamó Elena cuando llegaron a la Murallita China.

—En la excursión no llegamos tan lejos. Seguro que todas estas cosas las vieron los hermanos Vázquez-Navarro en persona.

—Eran como Indiana Jones.

—¡Mejores! Se hicieron muy ricos. Indiana Jones siempre va muy sucio.

—Porque él siempre devuelve los tesoros que roban los malos.

—¿Entonces los Vázquez-Navarro eran los malos?

—Puede ser. Podemos devolver parte del tesoro y quedarnos con el resto.

—¡Yo quiero una bici!

—Tendremos para mil bicis, Elena Jones. ¡Mira! ¡Las cuevas! Seguro que el tesoro está allí.

Jorge señalaba a la entrada de las cuevas artificiales que albergaban muestras de diferentes minerales. Elena estaba muy emocionada. Sacó la linterna del kit de explorador, aunque los túneles estaban iluminados por bombillas incandescentes.

—Vamos, ¡Jorge!

Los hermanos entraron en el sistema de túneles. Al principio era lineal, pero pronto apareció la primera bifurcación.

—Separémonos, Elena. Yo por la derecha.

—No me dejes sola. ¿Y si nos ataca el dragón?

—¿El dragón?

—¡Sí! Los tesoros siempre están custodiados por dragones. ¿No lo sabes?

—Los dragones no existen, no tengas miedo. Separémonos. Se ves algo, avísame por el walkie-talkie.

Elena aceptó, no muy convencida del plan de su hermano. Ambos caminaron por sus respectivos túneles repletos de minerales que reflejaban la anaranjada luz de las bombillas.

—¿Has encontrado el tesoro? Cambio.

—Todavía no, Jorge. Solo hay piedras. Cambio.

—Aquí tampoco hay nada. Espera, ¡veo algo! ¡Una sombra! ¡El dragón!

Los túneles volvían a converger en uno. Los hermanos se reencontraron dándose un buen susto.

—Maldita seas, Elena. Pensé que eras el dragón.

—¿Pero no era que no existían?

—Ya, bueno, tu sombra parecía uno. Sigamos buscando.

El túnel seguía unos metros más, hasta una valla que rezaba «Prohibido el paso al personal no autorizado». Las luces más allá del cartel estaban apagadas.

—El tesoro está al otro lado. Seguro.

—Pero está prohibido pasar.

—A Indiana Jones no le frenaría un cartel. ¡Vamos!

Recorrieron unos metros iluminando el camino con las linternas, que eran de mala calidad y apenas alumbraban con una luz muy amarilla.

—¡Mira, Elena! ¡Las paredes están recubiertas de oro!

—¡Es verdad! ¡El tesoro está en este túnel!

De pronto, un ruido retumbó a lo lejos.

—¡AAH! —gritó Elena.

Jorge enfocó la linterna al fondo del túnel. Una sombra pareció moverse a lo lejos.

—¡El dragón! ¡Acabo de verle la boca!

—¡Vámonos!

Los hermanos huyeron, tirando la valla a su paso, y no pararon hasta que salieron del sistema de túneles y la luz grisácea de la tarde de Reyes les hirió sus pupilas.

Jorge y Elena se miraron.

—¡Estábamos tan cerca! —dijo Jorge, jadeando.

—Si no estuviese el dragón seríamos ricos. Y yo tendría una bici.

—Tu cumple es el mes que viene, ¿no? Tienes que pedir una espada para luchar contra el dragón.

—¡Y una armadura! O nos hará picadillo.

—Vale, tú pides la espada y yo pido la armadura en mi cumple.

—¡Pero falta mucho! ¿Y si alguien se adelanta y descubre el tesoro antes que nosotros?

Jorge miró hacia un lado, y luego hacia el otro. Estaban solos.

—Será nuestro secreto, Elena Jones.

(El relato está basado en la leyenda del Parque do Pasatempo, de Betanzos)

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