El salvaje Heinz

08.09.2023

Condición: El relato deberán contener un McGuffin que sea "Si no haces todo lo que te piden, por violento que sea, no conseguirás el antídoto para un ser querido" (el McGuffin es ese antídoto)


La polvorienta calle principal de Calico, habitualmente bulliciosa por el continuo ajetreo de comerciantes y vaqueros, se encontraba en aquel instante en un silencio inquieto. Tan solo los gemidos ahogados de una joven amordazada, que trataba de liberarse de su captor, se atrevían a penetrar en la palpable tensión del ambiente. Los habitantes de Calico aguantaban la respiración mientras observaban atentos al joven forastero que, tras atracar la oficina de la Wells Fargo, amenazaba la vida de aquella desventurada rehén con su maltrecho Colt .45. De su cinturón colgaba su botín, una abultada bolsa repleta de dólares. Al otro lado de la calle, el sheriff apuntaba con su reluciente Winchester al atracador. Su semblante serio y pulso firme denotaban la seguridad que únicamente otorgan los años de experiencia.

—Suelta a la rehén y nadie resultará herido —ordenó secamente.

El forastero apretó el cañón del revólver contra la sien de la mujer, que gimió de puro terror.

—¡Ni hablar! Quiero una yegua ensillada y provisiones para tres días o la mataré. Hablo en serio.

—No seas necio, muchacho. Eres muy joven todavía para jugarte la vida por un puñado de dólares. Suéltala e intercederé con el juez del condado para salvarte de la horca.

El atracador parecía muy nervioso, y apresaba cada vez más fuerte a la mujer.

—No lo entiendes. Necesito el dinero para comprar el antídoto para mi hijo. ¡Se muere, joder! El maldito escorpión…El veneno…Necesita ayuda…

—Tranquilo. Baja el arma y buscaremos una solución juntos. Tu hijo se pondrá bien, te lo prometo.

El forastero empezó a derrumbarse y bajó el arma. El sheriff sonrió e hizo lo mismo. El atraco se había resuelto sin incidentes. Pero en ese mismo instante, el viejo banquero salió de la Wells Fargo y le disparó al atracador. La bala erró en su objetivo, impactando en el vientre de la rehén. El atracador, nervioso, respondió al disparo con uno más certero. El banquero cayó muerto, con los ojos en blanco y un agujero en plena frente. La mujer gritó de dolor, alterando todavía más al atracador.

—¡La mato! ¡La mato! ¡Traedme una montura ahora mismo o también la mato!

—Cálmate y baja el arma, nadie más tiene que morir.

—No. Ya es tarde. He matado al viejo. Si me entrego, me espera la horca. Y mi hijo morirá.

El sheriff tragó saliva. El atracador tenía razón. Si se entregaba, nada iba a salvar a aquel muchacho de la horca. Apuntó con cuidado al forastero. Confiaba en su puntería y sabía que podría matarlo sin alcanzar a la rehén. Pero, si lo hacía, condenaría al hijo inocente de aquel desgraciado a una muerte lenta. También podría dejarlo marchar, pero estaría transgrediendo su propia ética como agente de la ley. A cada segundo, la mancha escarlata del vientre de la mujer se iba agrandando. El tiempo se acababa. ¿Cuál era la decisión correcta?

***

El sheriff bajó el rifle.

—Traedle una yegua fresca y provisiones para tres días. ¡Ya!

Sus alguaciles tardaron cinco largos minutos en ensillar la montura y pertrechar las alforjas. Durante todo ese tiempo, los gemidos de la mujer se volvieron más y más débiles, mientras la mancha escarlata no paraba de crecer. Una vez la montura estuvo lista, el forastero subió en ella junto a su rehén, y no fue hasta llegar a la entrada de Calico cuando la liberó. El atracador desapareció galopando hacia el horizonte, dejando tras su paso una nube polvorienta.

El sheriff corrió a asistir a la joven, que se desangraba en plena calle. Su respiración era muy débil. El médico del pueblo la atendió lo mejor que pudo, pero había perdido demasiada sangre y murió al poco tiempo. El atraco a la Wells Fargo se saldó con dos fallecidos y sin ninguna detención. Su decisión fue muy criticada por los vecinos del pueblo, que no entendían que hubiese dejado escapar al criminal. Esa noche, el sheriff trató de recrearse en la dulce imagen del niño desconocido que, ya recuperado de su enfermedad, jugaba feliz con su padre en algún pueblo extraño. Pero una y otra vez, una pregunta se infiltraba en sus pensamientos. ¿Habría sobrevivido la mujer de haber disparado al atracador? Esa noche, el sheriff tuvo un sueño en el que se veía a sí mismo salvando heroicamente a la rehén, que se lo agradecía con un tierno beso en la mejilla. El sheriff se despertó entonces con una sensación de tristeza inmensa. Brotaron lágrimas de sus ojos al ser consciente de que había tomado la decisión incorrecta al condenar a aquella pobre mujer.

***

El sheriff apretó el gatillo de su Winchester.

El disparo fue certero, acabando al instante con la vida del atracador. La rehén pudo entonces liberarse y correr a los brazos del sheriff. El médico del pueblo no tardó en llegar y, gracias a su rápida intervención, se pudo cortar la hemorragia. La mujer viviría para ver otro nuevo amanecer. Los vecinos de Calico vitorearon al sheriff por su heroica intervención al salvar a la pobre chica y recuperar el dinero del banco. La rehén liberada, en agradecimiento, le plantó un tierno beso en la mejilla que llenó de rubor su sonriente rostro. Esa noche, el sheriff trató de recrearse en aquel momento y en la posibilidad de que se repitiera en un futuro en algún lugar más íntimo. Pero una y otra vez, una pregunta se infiltraba en sus pensamientos. ¿Había condenado al hijo de aquel muchacho a una muerte lenta y dolorosa a causa del letal veneno del escorpión? Esa noche, el sheriff tuvo un sueño en el que veía a un niño desconocido jugando feliz con el forastero, su padre, que todavía estaba vivo. Éste sonreía pletórico al ver que su hijo se había recuperado gracias al antídoto que había comprado con el botín. El sheriff se despertó entonces con una sensación de tristeza inmensa. Brotaron lágrimas de sus ojos al ser consciente de que había tomado la decisión incorrecta al condenar a aquel pobre niño.

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